Un público en pie arropa a Serrat en su reaparición en Valencia
Las notas de Cançó de bressol le sirvieron para abrir el recital. La canción señala los puntos cardinales de este intérprete: mestizaje, fidelidad, compromiso y tributo para aquellos hombres y mujeres de la Nova Cançó que hace más de cincuenta años iniciaron un nuevo camino en la canción popular en Cataluña y en España. Un público puesto de pie que había agotado desde hace meses las localidades del Palau de les Arts le recibió y arropó en una noche que se presentaba cargada de emociones en medio de la jornada de reflexión. El cantante reapareció después de haber suspendido los recitales programados, entre ellos, los que deberían haberse celebrado en Madrid, a causa de una afonía que ha interrumpido la gira que inició hace medio año por tierras sudamericanas.
La sensación de fragilidad voló y ascendió en esos primeros momentos del concierto por el escenario operístico del Palau de les Arts mientras la voz de Serrat se iba afirmando en un repertorio donde se alternaban los grandes temas del songbook serratiano en catalán y en castellano. Todo parecía señalar que la fortaleza del cantante acabaría siendo más robusta que la cubierta del auditorio que muestra todavía sus heridas de la última guerra arquitectónica. Los versos de Miguel Hernández suenan más vigorosos que nunca: "Aún tengo la vida…".
Una sofisticada iconografía en forma de arabesco dibujaba la firma del cantante sobre el escenario enmarcado entre las figuras del mestre Ricardo Miralles al piano y del alquimista Josep Mas Kitflus en los teclados. Esa firma en forma de autógrafo que muchos de los asistentes en otros tiempos esperaron pacientemente ver estampada en una tarjeta de promoción o en la página de un bloc haciendo cola en la puerta de los camerinos de un teatro o una sala de fiestas. Pero los autógrafos ya forman parte del pasado analógico y el selfie o esos pequeños artilugios que iluminan la platea sirven ahora para guardar la memoria de la noche más deseada entre el cantante y su público.
Como celebración de esos cincuenta años sobre los escenarios que Serrat se encargó de recordar, la felicidad de compartir medio siglo de complicidades con el público, el recital avanzó por el cancionero que ha forjado algunos de los títulos que han señalado la memoria sentimental del país. Aquella Cançó de matinada que irrumpía en las radios como un objeto no identificado en una España entre los ritmos ye-ye y el Porompopero. El Serrat que realizaba su particular Everest musical gracias a Machado y Mediterráneo rompiendo las barreras entre el público intelectual y popular. El cantante que sumaba las figuras del cantautor sofisticado y el artista comercial en un paisaje en tensión bajo el franquismo. El intérprete que no renuncia a su imagen de estrella pop y al mismo tiempo su vocación de artista crítico. Serrat es el nuevo príncipe del pop melódico que reescribía a su manera la lírica popular de la tradición Quintero-León-Quiroga siguiendo las huellas de la Chanson. Esa canción francesa que en Serrat es deudora tanto de Brassens como de Aznavour mientras se pasea por las calles de su Barcelona i jo como sus maestros del otro lado de los Pirineos hacían otro tanto por las calles de Montmatre o Saint-Germain-des-Prés.
En una fiesta de aniversario no podían faltar los regalos de los amigos y aquí lo puso la voz de Soledad Giménez para cantar a dúo Aquellas pequeñas cosas, ahora transformada en una renacida balada de amor. La sesión de fuegos artificiales llegó con el desembarco de bises y las Paraules d’amor sellando esos cincuenta años de amores recíprocos y cantadas con el público. Otro tanto para los Cantares machadianos y esa Lucía que ha unido a varias generaciones en ese tránsito del microsurco al archivo digital. Más de uno y de una esperaron en vano ver aparecer la figura de Penélope en la vieja estación pero el tren esta vez no se detuvo esa noche en el Palau de les Arts.
El 29 de mayo Serrat cantará por primera vez en el Olympia de París. Un encuentro que se ha hecho esperar y suponemos no por falta de ganas del intérprete. Seguro que esa noche, en algún momento de la velada, estará acompañado por los fantasmas del Olympia que según muchos de los que han actuado allí siguen paseándose por la antigua casa de Bruno Coquatrix, Piaf, Barbara, Ferré o a aquel Brel de las noches triunfales y despedidas imborrables del Olympia. Como aquel musical de Broadway dedicado a Brel, podemos decir que Serrat está vivo, está bien y sigue viviendo, no en París, sino de momento en el corazón de millones de espectadores.
La sensación de fragilidad voló y ascendió en esos primeros momentos del concierto por el escenario operístico del Palau de les Arts mientras la voz de Serrat se iba afirmando en un repertorio donde se alternaban los grandes temas del songbook serratiano en catalán y en castellano. Todo parecía señalar que la fortaleza del cantante acabaría siendo más robusta que la cubierta del auditorio que muestra todavía sus heridas de la última guerra arquitectónica. Los versos de Miguel Hernández suenan más vigorosos que nunca: "Aún tengo la vida…".
Una sofisticada iconografía en forma de arabesco dibujaba la firma del cantante sobre el escenario enmarcado entre las figuras del mestre Ricardo Miralles al piano y del alquimista Josep Mas Kitflus en los teclados. Esa firma en forma de autógrafo que muchos de los asistentes en otros tiempos esperaron pacientemente ver estampada en una tarjeta de promoción o en la página de un bloc haciendo cola en la puerta de los camerinos de un teatro o una sala de fiestas. Pero los autógrafos ya forman parte del pasado analógico y el selfie o esos pequeños artilugios que iluminan la platea sirven ahora para guardar la memoria de la noche más deseada entre el cantante y su público.
Como celebración de esos cincuenta años sobre los escenarios que Serrat se encargó de recordar, la felicidad de compartir medio siglo de complicidades con el público, el recital avanzó por el cancionero que ha forjado algunos de los títulos que han señalado la memoria sentimental del país. Aquella Cançó de matinada que irrumpía en las radios como un objeto no identificado en una España entre los ritmos ye-ye y el Porompopero. El Serrat que realizaba su particular Everest musical gracias a Machado y Mediterráneo rompiendo las barreras entre el público intelectual y popular. El cantante que sumaba las figuras del cantautor sofisticado y el artista comercial en un paisaje en tensión bajo el franquismo. El intérprete que no renuncia a su imagen de estrella pop y al mismo tiempo su vocación de artista crítico. Serrat es el nuevo príncipe del pop melódico que reescribía a su manera la lírica popular de la tradición Quintero-León-Quiroga siguiendo las huellas de la Chanson. Esa canción francesa que en Serrat es deudora tanto de Brassens como de Aznavour mientras se pasea por las calles de su Barcelona i jo como sus maestros del otro lado de los Pirineos hacían otro tanto por las calles de Montmatre o Saint-Germain-des-Prés.
En una fiesta de aniversario no podían faltar los regalos de los amigos y aquí lo puso la voz de Soledad Giménez para cantar a dúo Aquellas pequeñas cosas, ahora transformada en una renacida balada de amor. La sesión de fuegos artificiales llegó con el desembarco de bises y las Paraules d’amor sellando esos cincuenta años de amores recíprocos y cantadas con el público. Otro tanto para los Cantares machadianos y esa Lucía que ha unido a varias generaciones en ese tránsito del microsurco al archivo digital. Más de uno y de una esperaron en vano ver aparecer la figura de Penélope en la vieja estación pero el tren esta vez no se detuvo esa noche en el Palau de les Arts.
El 29 de mayo Serrat cantará por primera vez en el Olympia de París. Un encuentro que se ha hecho esperar y suponemos no por falta de ganas del intérprete. Seguro que esa noche, en algún momento de la velada, estará acompañado por los fantasmas del Olympia que según muchos de los que han actuado allí siguen paseándose por la antigua casa de Bruno Coquatrix, Piaf, Barbara, Ferré o a aquel Brel de las noches triunfales y despedidas imborrables del Olympia. Como aquel musical de Broadway dedicado a Brel, podemos decir que Serrat está vivo, está bien y sigue viviendo, no en París, sino de momento en el corazón de millones de espectadores.
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